Mendoza, zona de Malargue, caminos de ripio, pastos ralos, kilómetros y kilómetros de distancias polvorientas. Alguna que otra alma, perdida en el horizonte. Grandes soledades, y luego la llegada a la estancia. Una llovizna leve y constante acompañando a los peones, que se preparaban para la gran tarea: la yerra. A pesar del mal tiempo, el trabajo debía realizarse.
Correr, enlazar, tumbar los animales, ponerles la marca y castrarlos. Unos a caballo, otros de a pie, con sus boinas y sus botas de trabajo, mojados, riendo, gritándose las órdenes, cada uno en su tarea. Todos felices de su cultura de trabajo, que por siglos se viene haciendo. Los mayores enseñando a los jóvenes el legado del campo.
Después el descanso...