No recuerdo cómo ni cuando llegó a mi jardín, pero una o dos veces al año ella aparece, calladamente, en alguna noche tibia. Comienza al anochecer, su ciclo, tímidamente, para irse abriendo a la oscuridad, que la protege celosamente.
Se despereza y estira sus pétalos, mostrando su interior en todo su esplendor, tan blanca y etérea, que deslumbra.
Poco a poco, vuelve a soñar y se acurruca, casi sin notarse, si es que uno no ha detectado su presencia a tiempo.
Yo la llamo Dama nocturna, aunque no conozco ni su nombre ni su origen, siempre es bienvenida.